viernes, 18 de febrero de 2011

Fashion T.O.C.


Sentada en uno de los bancos de madera del abarrotado parque infantil al que suelo ir, tan sólo tengo que vigilar a Diego mientras experimenta sensaciones nuevas y corre feliz investigando cada rincón.  A priori parece fácil, lo sé. Cualquier persona podría hacerlo sin mayor esfuerzo. Por desgracia, hay algo que distrae mis sentidos dificultándome la tarea hasta un punto casi enloquecedor. Involuntariamente, analizo minuciosamente cada look, cada peinado, cada defecto, cada zapato, cada conjunto de ropa de todas las personas que se cruzan en mi campo de visión. Gracias a Dios que soy miope y mi alcance visual no es el estándar, porque de serlo así, ahora mismo estaría interna en un psiquiátrico con una camisa de fuerza muy poco glamurosa sufriendo los daños de mi amor por la moda.

Mientras Diego corretea y ríe ajeno a mis trastornos mentales, yo pido al cielo que alguien tenga consideración con la señora que tengo sentada a mi lado y le haga entender que su elaborado y costoso peinado años 50, nunca debió salir de aquella década. Sufro contemplando esa escultura de pelo, y al mismo tiempo, examino unas botas de piel que hace rato llevo persiguiendo visualmente y se me pasa por la cabeza agarrar a su dueña y exigirle toda la información que tenga. Necesito saber dónde las compró, cuánto costaron, si son de piel natural o sintética,… y necesito saberlo ya. Rápido vistazo a Diego y todo sigue normal. Vuelvo a lo mío y sintiendo de cerca el hedor de un presunto alérgico al desodorante, trato de entender por qué la chica que pasea a su perro junto a la cancha de baloncesto se niega a hacer el más mínimo esfuerzo para no ofender a la vista de los demás. Lleva un peinado tipo estropajo eléctrico, un chaleco de hombre azul descombinado a la perfección con una camisa vieja de cuadros verdes y marrones, y parece no importarle haber tirado la toalla en su desganada carrera hacia la belleza. Por suerte, una jovencita que parece ser sacada de una de esas publicidades de Pull&Bear, calma por unos instantes mi desesperación y me recuerda que hay más gente que, al igual que yo y con mejor o peor resultado, al menos intenta ser agradable de ver. Salgo fugazmente de mi enajenación transitoria y salvo a Diego de otro intento de suicidio desde el tobogán alto. Es el quinto intento de hoy, y por suerte, mis reflejos me ayudaron a evitarlo. Durante un rato, intento hacerle entender que él no tiene 7 vidas sino sólo una, y que apenas está sin estrenar, por lo que debería cuidarla y apreciarla mucho más. No son malos consejos, de no ser porque mientras yo le hablo, él sonríe como loco jalando tan fuerte como puede para conseguir escapar de mi discurso y volver a sus asuntos. Entonces, me rindo por completo y contemplo con resignación a esos jugadores profesionales de bolas criollas (petanca) que, al lado del parque, se divierten cada día haciendo buen uso del tiempo libre que su jubilación les ofrece. Qué bonito ver que a su edad siguen con ganas de reír, charlar, y jugar juntos, pero qué horrible ver cómo visten. A veces creo que no es real, que es mi imaginación la que hace que vea esas combinaciones tan monótonas en tonos verdes o azul marino lisas o de rombos. ¿Acaso no se aburren de ir todos igual durante toda su larga vida?

Hablando de moda, se acaba de sentar una modelo de radio a mi lado. Sus cejas como bigotes de gamba amenazan con sacarme un ojo, su cabeza infestada de canas le dan un aspecto viejuno que no corresponde con su edad. Su perfume parece más bien un ambientador de cuarto de baño, pero ante todo… lleva una camiseta que con gran mérito se habrá ganado en una fiesta de Bacardi, bien fruncida por dentro de su viejo chándal verde. Seguiría examinándola y criticándola para acariciar mi ego y sentirme un poco más guapa cada día, pero no puedo con esto y, por miedo de suicidarme en defensa propia, voy rápidamente hacia mi hijo, e impidiendo que contemple tal derroche de falta de glamour, me lo llevo a darle la merienda y a relajar mi mente en la tranquilidad de mi hogar, donde puedo por fin prestar atención a mi hijo y, al fin y al cabo, realizar mi tarea de madre, que no es tan difícil, ¿verdad?

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